La mariposa encontró al búfalo herido e inconsciente, con una flecha clavada en el cuerpo. Al intentar quitarle la flecha, el búfalo despertó del desmayo.
— ¡No necesito tu ayuda! ¡Déjame solo! — gritó el búfalo, empujando con fuerza a la mariposa y lastimándola un poco.
La mariposa, herida, salió cojeando y fue directamente a la cueva donde solía llorar cada vez que el búfalo la maltrataba.
Tan pronto como se recuperó, regresó, trayendo una planta medicinal para intentar curarlo.
Una vez más recibió otra patada. Pero esta vez, el búfalo usó tanta fuerza que la dejó gravemente herida.
— ¡Desaparece de aquí! — gritaba el búfalo, sin darse cuenta de que la mariposa estaba muriendo por sus golpes.
Aun herida, la mariposa dejó la planta medicinal al lado del búfalo.
— Sabes, búfalo… a veces pienso que no me amas — dijo la mariposa, con los ojos llenos de lágrimas.
— ¡Y no te amo! ¡Te odio! — respondió el búfalo.
La mariposa se alejó arrastrándose, agotada por el dolor, y fue directamente a su cueva a llorar. Pero esta vez… no volvió.
Con el paso del tiempo, el búfalo comenzó a sentir su ausencia. Recordó sus gestos de cariño, los regalos, las sonrisas… la dulzura de la mariposa.
Pero ahora solo quedaba tristeza. Un vacío profundo. Un agujero en el pecho que nada podía llenar.
Ya no comía, no dormía… cojeando y con miedo de haberla matado por su ignorancia. A su lado, la planta medicinal —el último regalo que ella le había dejado— ahora estaba marchita.
El búfalo no pudo más. Salió en busca de la mariposa. Fue directo a la cueva donde ella solía llorar.
Entró con esperanza… pero ella no estaba. Solo había un silencio pesado. Un vacío abrumador.
Se recostó sobre una piedra y empezó a llorar.
Entonces la piedra preguntó:
— ¿Por qué lloras, hombre?
— Es que… yo amaba a una mariposa alegre, feliz, generosa… pero murió. Yo… yo… — tartamudeó — creo que la maté…
Las lágrimas caían por su rostro mientras hablaba.
La piedra respondió:
— ¿Es cierto que la amabas?
— ¡Claro que sí! ¡Y no era poco! — respondió él.
— ¿Y por qué nunca se lo dijiste?
— No sé… creía que era más fácil decir que la odiaba…
De repente, la mariposa salió de detrás de la piedra que “hablaba” con él:
— ¿Acaso alguna vez viste a una piedra hablar, tonto? ¡Soy yo la que te habla! ¡Estoy viva! ¡No me morí!
El búfalo se desbordó de emoción y empezó a gritar:
— ¡Te odio! ¡Te odio!
Pero mientras decía eso… abrazaba a la mariposa con fuerza.
Incluso después de todo eso, nunca le dijo con claridad que la amaba.
Y así es la vida: hay muchas personas que nunca dirán esas palabras.
Pero el amor… está ahí, silencioso, escondido en lo más profundo del corazón.
Moraleja:
Hay personas incapaces de expresar con palabras lo que sienten.
Personas que, por miedo, orgullo o heridas del pasado, prefieren herir antes que mostrar su vulnerabilidad. Pero no confundas el silencio con la ausencia de amor.
A veces, los gestos más bruscos ocultan los sentimientos más sinceros.
Y aunque no todos sepan decir “te amo”, sus actos —cuando vienen del corazón— gritan lo que sus labios callan.
Aprende a mirar más allá de las palabras, porque quien ama de verdad, a veces, solo sabe hacerlo a su manera… aunque esa manera sea torpe y dolorosa.
Tomado de la red.