¿Hasta dónde puede llevar la soledad?
Cada mañana, un grupo de vecinos coincidía en el mismo bar para compartir café, charlas y costumbres. Pero un día, todo cambió.
Un relato breve sobre la amistad, la rutina… y lo inesperado.
Todos para uno
La clientela de aquel bar llevaba años reuniéndose cada mañana para tomar el primer café del día. Lionela, la dueña del establecimiento, servía “oro negro”, según opinaban sus incondicionales. Allí estaban Mike y Sally, un matrimonio sin hijos que llegaba siempre a las siete en punto. Coincidían con Tom y Melissa, los barrenderos del barrio.
Poco después, sobre las siete y cinco, se les unían Rebeca Adams, una pitonisa que leía el tarot; Rob Martínez, un latino dicharachero sin oficio conocido; y Peter Sullivan, un empresario de éxito en el mundo de los negocios.
Aunque todos eran distintos y venían de estratos sociales muy dispares, en el bar se esfumaban las etiquetas.
También había otro tipo de clientela: los de paso, que paraban a tomar su exprés antes de ir al trabajo, compraban tabaco en la máquina expendedora o encargaban algún bocadillo para llevar.
Pasaron los años, y la patrona seguía atendiéndolos a todos con una sonrisa. Los más fieles, en consideración a su edad, la ayudaban a montar la terraza para que no se fatigara demasiado.
Pero una mañana, Mike y Sally notaron algo distinto. El recibimiento fue más frío, y Lionela mostraba unas ojeras profundas. Su mirada había perdido ese brillo cálido de siempre. Parecía triste, ausente. Y cuando el matrimonio fue a pagar, ella negó con la cabeza:
—Hoy invita la casa.
Lo mismo ocurrió con cada uno de los presentes, que se miraban entre ellos, desconcertados. ¿Qué le pasaba a Lionela?
Ya anciana recibió una noticia devastadora: un cáncer irreversible apenas le dejaba unos días de vida. Sola, asustada ante la muerte, tomó una decisión terrible. No quería partir sola. Así que, esa mañana, envenenó a todos sus clientes. Sus compañeros de café serían ahora sus compañeros de viaje.
Al día siguiente, alguien colgó un crespón negro en la persiana del bar, ya cerrado. Mientras tanto, en el cementerio local, se celebraba el entierro oficial de toda la comuna.